Aquellos veranos.

Cuando era pequeño y llegaba el verano lo pasaba en el pueblo de mi padre viendo montañas, ríos y embalses.

Eran veranos de comidas en el campo, piscina y fiestas en los pueblos. También momentos de aburrimiento, necesarios para desarrollar la paciencia, en los que había que hacer religiosamente las dos horas de digestión para meterse al agua.

Pero como a un imán, el río me atraía hasta su orilla. Primero contemplando y luego pescando en él.

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